miércoles, 16 de diciembre de 2009

miércoles, 25 de noviembre de 2009

viernes, 20 de noviembre de 2009

Las manos que crecen


Él no había provocado. Cuando Cary dijo: «Eres un cobarde, un canalla, y además un mal poeta», las palabras decidieron el curso de las acciones, tal como suele ocurrir en esta vida.
Plack avanzó dos pasos hacia Cary y empezó a pegarle. Estaba bien seguro de que Cary le respondía con igual violencia, pero no sentía nada. Tan sólo sus manos que, a una velocidad prodigiosa, rematando el lanzar fulminante de los brazos, iban a dar en la nariz, en los ojos, en la boca, en las orejas, en el cuello, en el pecho, en los hombros de Cary.
Bien de frente, moviendo el torso con un balanceo rapidísimo, sin retroceder, Plack golpeaba. Sin retroceder, Plack golpeaba. Sus ojos medían de lleno la silueta del adversario. Pero aún mejor ubicaba sus propias manos; las veía bien cerradas, cumpliendo la tarea como pistones de automóvil, como cualquier cosa que cumpliera su tarea moviéndose al compás de un balanceo rapidísimo. Le pegaba a Cary, le seguía pegando, y cada vez que sus puños se hundían en una masa resbaladiza y caliente, que sin duda era la cara de Cary, él sentía el corazón lleno de júbilo.
Por fin bajó los brazos, los puso a descansar junto al cuerpo. Dijo:
—Ya tienes bastante, estúpido. Adiós.
Echó a caminar, saliendo de la sala de la Municipalidad, por el corredor que conducía lejanamente a la calle.
Plack estaba contento. Sus manos se habían portado bien. Las trajo hacia delante para admirarlas; le pareció que tanto golpear las había hinchado un poco. Sus manos se habían portado bien, qué demonios; nadie discutiría que él era capaz de boxear como cualquiera.
El corredor se extendía sumamente largo y desierto. ¿Por qué tardaba tanto en recorrerlo? Acaso el cansancio, pero se sentía liviano y sostenido por las manos invisibles de la satisfacción física. Las manos de la satisfacción física. ¿Las manos...? No existía en el mundo mano comparable a sus manos; probablemente tampoco las había tan hinchadas por el esfuerzo. Volvió a mirarlas, hamacándose como bielas o niñas en vacaciones; las sintió profundamente suyas, atadas a su ser por razones más hondas que la conexión de las muñecas. Sus dulces, sus espléndidas manos vencedoras.
Silbaba, marcando el compás con la marcha por el interminable pasillo. Todavía quedaba una gran distancia para alcanzar la puerta de salida. Pero qué importaba después de todo. En casa de Emilio se comía tarde, aunque en verdad él no iría a almorzar a casa de Emilio sino al departamento de Margie. Almorzaría con Margie, por el solo placer de decirle palabras cariñosas, y tornaría luego a cumplir la jornada vespertina. Mucho trabajo, en la Municipalidad. No bastaban todas las manos para cubrir la tarea. Las manos... Pero las suyas sí que habían estado atareadas rato antes. Pegar y pegar, vindicadoras; quizá por eso le pesaban ahora tanto. Y la calle estaba lejos, y era mediodía.
La luz de la puerta empezaba a agitarse en la atmósfera visual de Plack. Dejó de silbar; dijo: «Bliblug, bliblug, bliblug». Lindo, habla sin motivo, sin significado. Entonces fue cuando sintió que algo le arrastraba por el suelo. Algo que era más que algo; cosas suyas estaban arrastrando por el suelo.
Miró hacia abajo y vio que los dedos de sus manos arrastraban por el suelo.
Los dedos de sus manos arrastraban por el suelo. Diez sensaciones incidían en el cerebro de Plack con la colérica enunciación de las novedades repentinas. Él no lo quería creer pero era cierto. Sus manos parecían orejas de elefante africano. Gigantescas pantallas de carne arrastrando por el suelo.
A pesar del horror le dio una risa histérica. Sentía cosquillas en el dorso de los dedos; cada juntura de las baldosas le pasaba como un papel de esmeril por la piel. Quiso levantar una mano pero no pudo con ella. Cada mano debía pesar cerca de cincuenta kilos. Ni siquiera logró cerrarlas. Al imaginar los puños que habrían formado se sacudió de risa. ¡Qué manoplas! Volver junto a Cary, sigiloso y con los puños como tambores de petróleo, tender en su dirección uno de los tambores, desenrollándolo lentamente, dejando asomar las falanges, las uñas, meter a Cary dentro de la mano izquierda, sobre la palma, cubrir la palma de la mano izquierda con la palma de la mano derecha y frotar suavemente las manos, haciendo girar a Cary de un extremo a otro, como un pedazo de masa de tallarines, igual que Margie los jueves a mediodía. Hacerlo girar, silbando canciones alegres, hasta dejar a Cary más molido que una galletita vieja.
Plack alcanzaba ahora la salida. Apenas podía moverse, arrastrando las manos por el suelo. A cada irregularidad del embaldosado sentía el erizamiento furioso de sus nervios. Empezó a maldecir en voz baja, le pareció que todo se tornaba rojo, pero en algo influían los cristales de la puerta.
El problema capital era abrir la condenada puerta. Plack lo resolvió soltándole una patada y metiendo el cuerpo cuando la hoja batió hacia afuera. Con todo, las manos no le pasaban por la abertura. Poniéndose de costado quiso hacer pasar primero la mano derecha, luego la otra. No pudo hacer pasar ninguna de las dos. Pensó: «Dejarlas aquí». Lo pensó como si fuese posible, seriamente.
—Absurdo —murmuró, pero la palabra era ya como una caja vacía.
Trató de serenarse, y se dejó caer a la turca delante de la puerta; las manos le quedaron como dormidas junto a los minúsculos pies cruzados. Plack las miró atentamente; fuera del aumento no habían cambiado. La verruga del pulgar derecho, excepción hecha de que su tamaño era ahora el de un reloj despertador, mantenía el mismo bello color azul maradriático. El corte de las uñas persistía en su prolijidad (Margie). Plack respiró profundamente, técnica para serenarse; el asunto era serio. Muy serio. Lo bastante como para enloquecer a cualquiera que le ocurriese. Pero conseguía sentir de veras lo que su inteligencia le señalaba. Serio, asunto serio y grave; y sonreía al decirlo, como en un sueño. De pronto se dio cuenta de que la puerta tenía dos hojas. Enderezándose, aplicó una patada a la segunda hoja y puso la mano izquierda como tranca. Despacio, calculando con cuidado las distancias, hizo pasar poco a poco las dos manos a la calle. Se sentía aliviado, casi feliz. Lo importante ahora era irse a la esquina y tomar en seguida un ómnibus.
En la plaza las gentes lo contemplaron con horror y asombro. Plack no se afligía; mucho más raro hubiese sido que no lo contemplasen. Hizo con la cabeza, un violento gesto al conductor de un ómnibus para que detuviera el vehículo en la misma esquina. Quería trepar a él, pero sus manos pesaban demasiado y se agotó al primer esfuerzo. Retrocedió, bajo la avalancha de agudos gritos que surgían del interior del ómnibus, donde las ancianas sentadas del lado de la acera acababan de desvanecerse en serie.
Plack seguía en la calle, mirándose las manos que se le estaban llenando de basuras, de pequeñas pajas y piedrecitas de la vereda. Mala suerte con el ómnibus. ¿Acaso el tranvía...?
El tranvía se detuvo, y los pasajeros exhalaron horrendos gritos al advertir aquellas manos arrastradas en el suelo y a Plack en medio de ellas, pequeñito y pálido. Los hombres estimularon histéricamente al conductor para que arrancara sin esperar. Plack no pudo subir.
—Tomaré un taxi —murmuró, empezando lentamente a desesperarse.
Abundaban los taxis. Llamó a uno, amarillo. El taxi se detuvo como sin ganas. Había un negro en el volante.
—¡Praderas verdes! —balbuceó el negro—. ¡Qué manos!
—Abre la portezuela, bájate, tómame la mano izquierda, súbela, tómame la mano derecha, súbela, empújame para entrar en el coche, más despacio, así está bien. Ahora llévame a la calle Doce, número cuarenta setenta y cinco, y después vete al mismo infierno, negro de todos los diablos.
—¡Praderas verdes! —dijo el conductor, ya tornado al tradicional color ceniza—. ¿Seguro que esas manos son las suyas, señor?
Plack gemía en su asiento. Apenas había sitio para él: las manos ocupaban todo el piso, se desbordaban sobre el asiento. Empezaba a refrescar y Plack estornudó. Quiso instintivamente taparse la nariz con una mano y por poco se arranca el brazo. Se dejó estar, abúlico, vencido, casi feliz. Las manos le descansaban sucias y macizas en el suelo del taxi. De la verruga, golpeada contra una columna de alumbrado, brotaban algunas gordas gotas de sangre.
—Iré a casa de un médico —dijo Plack—. No puedo entrar así en casa de Margie. Por Dios, no puedo; le ocuparía todo el departamento. Iré a ver un médico; me aconsejará la amputación, yo aceptaré, es la única manera. Tengo hambre, tengo sueño.
Golpeó con la frente el cristal delantero.
—Llévame a la calle Cincuenta, número cuarenta y ocho cincuenta y seis. Consultorio del doctor September.
Después se puso tan contento ante la idea que acababa de ocurrírsele que llegó a sentir el impulso de restregarse las manos de gusto; las movió pesadamente, las dejó estar.
El negro le subió las manos hasta el consultorio del doctor. Hubo una espantosa corrida en la sala de espera cuando Plack apareció, caminando detrás de sus manos que el negro sostenía por los pulgares, sudando a mares y gimiendo.
—Llévame hasta ese sillón; así, está bien. Mete la mano en el bolsillo del saco. Tu mano, imbécil: en el bolsillo del saco; no, ése no, el otro. Más adentro, criatura, así. Saca el rollo de dinero, aparta un dólar, guárdate el vuelto y adiós.
Se desahogaba en el servicial negro, sin saber el porqué de su enojo. Una cuestión racial, acaso, claro está que sin porqués.
Ya dos enfermeras presentaban sus sonrisas veladamente pánicas para que Plack apoyara en ellas las manos. Lo arrastraron trabajosamente hasta el interior del consultorio. El doctor September era un individuo con una redonda cara de mariposa en bancarrota; vino a estrechar la mano de Plack, advirtió que el asunto demandaría ciertas forzadas evoluciones, permutó el apretón por una sonrisa.
—¿Qué lo trae por aquí, amigo Plack?
Plack lo miró con lástima.
—Nada —repuso, displicente—. Me duele el árbol genealógico. ¿Pero no ve mis manos, pedazo de facultativo?
—¡Oh, oh! —admitía September—. ¡Oh, oh, oh!
Se puso de rodillas y estuvo palpando la mano izquierda de Plack. Daba la impresión de sentirse bastante preocupado. Se puso a hacer preguntas, las habituales, que sonaban extrañamente ahora que se aplicaban al asombroso fenómeno.
—Muy raro —resumió con aire convencido—. Sumamente extraño, Plack.
—¿A usted le parece?
—Sí, es el caso más raro de mi carrera. Naturalmente, usted me permitirá tomar algunas fotografías para el museo de rarezas de Pensilvania, ¿no es cierto? Además tengo un cuñado que trabaja en The Shout, un diario silencioso y reservado. El pobre Korinkus anda bastante arruinado; me gustaría hacer algo por él. Un reportaje al hombre de las manos... digamos, de las manos extralimitadas, sería el triunfo para Korinkus. Le concederemos esa primicia, ¿no es verdad? Lo podríamos traer aquí esta misma noche.
Plack escupió con rabia. Le temblaba todo el cuerpo.
—No, no soy carne de circo —dijo oscuramente—. He venido tan sólo a que me ampute esto. Ahora mismo, entiéndalo. Pagaré lo que sea, tengo un seguro que cubre estos gastos. Por otra parte están mis amigos, que responden por mí; en cuanto sepan lo que me pasa vendrán como un solo hombre a estrecharme la... Bueno, ellos vendrán.
—Usted dispone, mi querido amigo —el doctor September miraba su reloj pulsera—. Son las tres de la tarde (y Plack se sobresaltó porque no creía que hubiese transcurrido tanto tiempo). Si lo opero ya, le tocará pasar el peor rato por la noche. ¿Esperamos a mañana? Entretanto, Korinkus...
—El peor rato lo estoy pasando ahora —dijo Plack y se llevó mentalmente las manos a la cabeza—. Opéreme, doctor, por Dios. Opéreme... ¡Le digo que me opere! ¡¡Opéreme, hombre..., no sea criminal!!... ¡¡Comprenda lo que sufro!! ¿¿Nunca le crecieron las manos, a usted..?? ¡¡¡Pues a mí, sí!!! ¡¡¡Ahí tiene...; a mí, sí!!!
Lloraba, y las lágrimas le caían impunemente por la cara y goteaban hasta perderse en las grandes arrugas de las palmas de sus manos, que descansaban boca arriba en el suelo, con el dorso en las baldosas heladas.
El doctor September estaba ahora rodeado de un diligente cuerpo de enfermeras a cuál más linda. Entre todas sentaron a Plack en un taburete y le pusieron las manos sobre una mesa de mármol. Hervían fuegos, olores fuertes se confundían en el aire. Relumbrar de aceros, de órdenes. El doctor September, enfundado en siete metros de género blanco; y lo único vivo que había en él eran sus ojos. Plack empezó a pensar en el momento terrible de la vuelta a la vida, después de la anestesia.
Lo acostaron dulcemente, de manera que las manos quedaran sobre la mesa de mármol donde se llevaría a cabo el sacrificio. El doctor September se acercó, riendo por debajo de la mascarilla.
—Korinkus vendrá a sacar fotos —dijo—. Oiga, Plack, esto es fácil. Piense en cosas alegres y su corazón no sufrirá. ¿Se despidió de sus manos? Cuando despierte... ya no estarán con usted.
Plack hizo un gesto tímido. Empezó a mirarse las manos, primero una y después otra. «Adiós, muchachitas», pensó. «Cuando estéis en el acuario de formol que os destinarán especialmente, pensad en mí. Pensad en Margie que os besaba. Pensad en Mitt cuyo pelaje acariciabais. Os perdono la mala pasada, en homenaje a la paliza que le disteis a Cary, a ese vanidoso insolente...
Habían acercado algodones a su rostro y Plack estaba empezando a sentir un olor dulce y poco agradable. Intentó una protesta pero September hizo una suave señal negativa. Entonces Plack se calló. Era mejor dejar que lo durmieran, entretenerse pensando cosas alegres. Por ejemplo, la pelea con Cary. Él no había provocado. Cuando Cary dijo: «Eres un cobarde, un canalla, y además un mal poeta», las palabras decidieron el curso de las acciones, tal como suele ocurrir en esta vida. Plack avanzó dos pasos hacia Cary y empezó a pegarle. Estaba bien seguro de que Cary le respondía con igual violencia, pero no sentía nada. Tan sólo sus manos que, a una velocidad prodigiosa, rematando el lanzarse fulminante de los brazos, iban a dar en la nariz, en los ojos, en la boca, en las orejas, en el cuello, en el pecho, en los hombros de Cary.
Lentamente, tornaba a sí mismo. Al abrir los ojos, la primera imagen que se coló en ellos fue la de Cary. Un Cary muy pálido e inquieto, que se inclinaba balbuceante sobre él.
—¡Dios mío..! Plack, viejo... Jamás pensé que iba a ocurrir una cosa así...
Plack no comprendió. ¿Cary, allí? Pensó; acaso el doctor September, en previsión de una posible gravedad posoperatoria, había avisado a los amigos. Porque, además de Cary, veía él ahora los rostros de otros empleados de la Municipalidad que se agrupaban en torno a su cuerpo tendido.
—¿Cómo estás, Plack? —preguntaba Cary, con voz estrangulada—. ¿Te... te sientes mejor?
Entonces, de manera fulminante, Plack comprendió la verdad. ¡Había soñado! ¡Había soñado! «Cary me acertó un golpe en la mandíbula, desmayándome; en mi desmayo he soñado ese horror de las manos...».
Lanzó una aguda carcajada de alivio. Una, dos, muchas carcajadas. Sus amigos lo contemplaban, con rostros todavía ansiosos y asustados.
—¡Oh, gran imbécil! —apostrofó Plack, mirando a Cary con ojos brillantes—. ¡Me venciste, pero espera a que me reponga un poco..., te voy a dar una paliza que te tendrá un año en cama...!
Alzó los brazos para dar fe de sus palabras con un gesto concluyente. Entonces sus ojos vieron los muñones.

de Julio Cortázar en "La otra orilla"

domingo, 15 de noviembre de 2009

Estrella Distante (fragmento mínimo, suerte de metarrelato) - Roberto Bolaño

Érase una vez un niño pobre de Chile… El niño se llamaba Lorenzo, creo, no estoy seguro, y he olvidado su apellido, pero más de uno lo recordará, y le gustaba jugar y subirse a los árboles y a los postes de alta tensión. Un día se subió a uno de estos postes y recibió una descarga tan fuerte que perdió los dos brazos. Se los tuvieron que amputar casi hasta la altura de los hombros. Así que Lorenzo creció en Chile y sin brazos, lo que de por sí hacía su situación bastante desventajosa, pero encima creció en el Chile de Pinochet, lo que convertía cualquier situación desventajosa en desesperada, pero esto no era todo, pues pronto descubrió que era homosexual, lo que convertía la situación desesperada en inconcebible e inenarrable.
Con todos esos condicionantes no fue raro que Lorenzo se hiciera artista. (¿Qué otra cosa podía ser?) Pero es difícil ser artista en el Tercer Mundo si uno es pobre, no tiene brazos y encima es marica. Así que Lorenzo se dedicó por un tiempo a hacer otras cosas. Estudiaba y aprendía. Cantaba en las calles. Y se enamoraba, pues era un romántico impenitente. Sus desilusiones (para no hablar de humillaciones, desprecios, ninguneos) fueron terribles y un día –marcado con piedra blanca- decidió suicidarse. Una tarde de verano particularmente triste, cuando el sol se ocultaba en el océano Pacífico, Lorenzo saltó al mar desde una roca usada exclusivamente por suicidas (y que no faltaba en cada trozo de litoral chileno que se precie). Se hundió como una piedra, con los ojos abiertos, y vio el agua cada vez más negra y las burbujas que salían de sus labios, y luego, con un movimiento de piernas involuntario, salió a flote. Las olas no le dejaron ver la playa, sólo las rocas y a lo lejos los mástiles de unas embarcaciones de recreo o de pesca. Después volvió a hundirse. Tampoco en esta ocasión cerró los ojos: movió la cabeza con calma (calma de anestesiado) y buscó con la mirada algo, lo que fuera, pero que fuera hermoso, para retenerlo en el instante final. Pero la negrura velaba cualquier objeto que bajara con él a las profundidades y nada vio. Su vida entonces, tal cual reza la leyenda, desfiló por delante de sus ojos como una película. Algunos trozos eran a blanco y negro y otros a colores. El amor de su pobre madre, el orgullo de su pobre madre, las fatigas de su pobre madre abrazándolo por las noches cuando todo en las poblaciones pobres de Chile parece pender de un hilo (en blanco y negro), los temblores, las noches en que se orinaba en la cama, los hospitales, las miradas, el zoológico de las miradas (a colores), los amigos que comparten lo poco que tienen, la música que nos consuela, la marihuana, la belleza revelada en sitios inverosímiles (en blanco y negro), el amor perfecto y breve como un soneto de Góngora, la certeza fatal (pero rabiosa dentro de la fatalidad) de que solo se vive una vez. Con repentino valor decidió que no iba a morir, Dice que dijo ahora o nunca y volvió a la superficie. El ascenso le pareció interminable; mantenerse a flote, casi insoportable, pero lo consiguió. Esa tarde aprendió a nadar sin brazos, como una anguila o como una serpiente. Matarse, dijo, en esta coyuntura sociopolítica, es absurdo y redundante. Mejor convertirse en poeta secreto.

lunes, 2 de noviembre de 2009

no se puede creer!





Lista de temas:
01- Reunited (Peaches & Herb cover) 02- From Out of Nowhere 03- Land of Sunshine 04- Caffeine 05- Evidence (Español) 06- Surprise you're dead 07- Last Cup of Sorrow 08- Ricochet 09- Easy (The Commodores cover) 10- Epic 11- Midlife Crisis 12- I started a joke (Bee Gees cover) 13- The Gentle Art of Making Enemies 14- King for a Day 15- Small victory 16- Ashes to ashes 17- We care a Lot Bis 01- Collision 02- Digging the Grave



(las fotos son "cortesía" de Rolling Stone, y no encontré ni una sola en la que salga toda la banda)


una cosa de locos!!!!

miércoles, 28 de octubre de 2009

martes, 27 de octubre de 2009

Soñé que tenía piojos, muchos y muy grandes. También que me llevaban colgando de una soga, desde un helicoptero, a una fiesta que era relativamente cerca; yo estaba desnuda. Y también, en algún momento, me robaba una Rolling Stone y una Revista Barcelona y el tipo que las vendía, que también era el que limpiaba los baños (donde yo me acababa de bañar, por eso estaba desnuda), me descubría. Ahí fue cuando sonó el despertador. Lo primero que hice al levantarme fue ir a bañarme y pasarme el peine fino. No tengo piojos. Qué susto.

miércoles, 21 de octubre de 2009

Fue una de esas noches en que yo estaba triste, y ya me había acostado y las cosas que pensaba se iban acercando al sueño, cuando empecé a sentir la presencia de las personas como muebles que cambiaran de posición. Eso lo pensé muchas noches. Eran muebles que además de poder estar quietos se movían; y se movían por voluntad propia. A los muebles que estaban quietos yo los quería y ellos no me exigían nada; pero los muebles que se movían no sólo exigían que se les quisiera y se les diera un beso sino que tenían exigencias peores; y además, de pronto, abrían sus puertas y le echaban a uno todo encima. Pero no siempre las sorpresas eran violentas y desagradabes; había algunas que sorprendían con lentitud y silencio como si por debajo se les fuera abriendo un cajón y empezaran a mostrar objetos desconocidos. (Celina tenía sus cajones cerrados con llave). Había otras personas que también eran muebles cerrados pero tan agradables, que si uno hacía silencio sentía que adentro tenían música, como instrumentos que tocaran solos. Tenía una tía que era como un ropero de espejos colocado en una esquina frente a las puertas: no había nada que no cayera en sus espejos y había que consultarla hasta para vestirse. El piano era una buena persona. Yo me sentaba cerca de él; con unos pocos dedos míos apretaba muchos de los suyos, ya fueran blancos o negros; en seguida le salían gotas de sonidos; y combinando los dedos y los sonidos, los dos nos poníamos tristes.


Fragmento del cuento El Caballo Perdido, de Felisberto Hernández
Montevideo, 1943

sábado, 17 de octubre de 2009

incombustible no sos
cómo bancás ese infierno?
soñás la hoguera donde siempre sos la leña

(cuánto tiempo más vas a estar, esclavizado así, refugiado en tu soledad?)

jueves, 15 de octubre de 2009

domingo, 11 de octubre de 2009

Los Suicidas (fragmento) - Antonio Di Bnedetto

Pienso en la serie. Tendré que ver gente que no me importa porque no es la que lo hizo; personas prevenidas, reacias (quizá Marcela me ayude a llegar a ellas; en su estilo es un cebo, tiene 30).
Pongo el pie en el cajón de lustrar.
Y tendré que hablar, hablar de eso.
Pienso en papá. Yo era como este niño, el lustrador, así de pequeño. Supe que había muerto, ignoraba cómo. Lloré hasta secarme, dormí, desperté, la ceremonia seguía, las visitas susurraban. Alguien, posiblemente mi madre, clamaba: "¡Muerte injusta!". Comprendí lo de injusta -nos dejaba sin él-, pero no pude entender cómo la Muerte se introdujo en la casa y se apoderó de papá. Porque en la mañana él estaba vivo, de pie, y sano como cualquiera, y murió en la tarde mientras había sol, y yo tenía el convencimiento de que la Muerte era una figura siniestra que daba sus golpes en la oscuridad de la noche.
Pregunto, al niño que me lustra los zapatos, qué es la muerte.
Levanta sus ojos marrones y me considera, desde abajo, entre sorprendido e intimidado, si bien no cesa de cepillar.
Mi pregunta ha sido excesivamente abstracta. Me corrijo y sonrío, para atraerlo:
- ¿Nunca murió alguien que conocías, un vecino, un tío?...
El chico se encorva sobre su trabajo, se concentra y dice:
- Sí, mi papá.
Callo.
Él me espía, con curiosidad: advierto que no me rechaza. Procuro establecer -¿he comenzado mi tarea?- qué conoce de los alcances de la muerte, dónde supone que está el que muere.
Contesta que el padre está en un nicho, pero la madre, al principio contaba que se fue de viaje, y ahora dice que está en el Cielo. Él no lo cree. ¿No cree en el Cielo? En el cielo sí, pero el Cielo es para los buenos y el padre le pegaba a la madre.
Estoy pasando un día cargado de muerte. Es suficiente. Entro a un cine donde dan Alphaville. Trabajaré mañana.

domingo, 4 de octubre de 2009

erase and rewind

Hey, what did you hear me say
you know the difference it makes
what did you hear me say
Yes, I said it's fine before
But I don't think so no more
I said it's fine before
I've changed my mind
I take it back
Erase and rewind'cause
I've been changing my mind
Erase and rewind'cause
I've been changing my mind
I've changed my mind
So where did you see me go
it's not the right way, you know
where did you see me go
No, it's not that I don't know
I just don't want it to grow
It's not that I don't know

I've changed my mindI take it back
Erase and rewind'cause
I've been changing my mind
Erase and rewind'cause
I've been changing my mind
Erase and rewind'cause
I've been changing my mind
Erase and rewind'cause
I've been changing my mind
Erase and rewind
Erase and rewind
I`ve changed my mind!

viernes, 2 de octubre de 2009

miércoles, 30 de septiembre de 2009

situación de la vida real

Flor y Sergio, en estado de histeria absoluta, tratando de entender porque sacaron cinco en el práctico de semiótica. Clima tenso.
Entra Amadeo a la pieza y empieza a hablar. Flor se enoja pero él prosigue:
-Hoy al mediodía estaba haciendo pizzas caseras y llegué a la conclusión de que somos levadura en la pizza de Dios.
Carcajadas.

Conclusión: Amadeo es un genio, aunque sea mi hermano (y aunque yo haya estado estudiando y de mal humor y premestrual y no llegue al parcial de mañana y aaaaargggg).

domingo, 27 de septiembre de 2009

lunes, 21 de septiembre de 2009

La conjura de los necios (fragmento) - John Kennedy Toole

Pese a lo que han estado sometidos, los negros son una gente bastante agradable en general. Yo había tenido poca relación con ellos, en realidad, pues sólo me relaciono con mis iguales, y como no tengo iguales, no me relaciono con nadie. Al hablar con algunos obreros, todos los cuales parecían deseosos de hablar conmigo, descubrí que cobraban aún menos que la señorita Trixie.
Siempre he sentido, en cierto modo, una especie de afinidad con la gente de color, porque su situación es igual a la mía: nos hallamos fuera del círculo de la sociedad norteamericana. Mi exilio es voluntario, por supuesto. Es evidente, sin embargo, que muchos negros desean convertirse en miembros activos de la clase media norteamericana. La verdad es que no puedo entender por qué. He de admitir que este deseo suyo me lleva a poner en entredicho sus juicios de valor. Pero si quieren integrarse en la burguesía, no es asunto mío, en realidad. Pueden ratificar si quieren su propia condenación. Yo, personalmente, protestaría con todas mis fuerzas si sospechase que alguien intentaba auparme a la clase media. Lucharía contra el individuo descarriado que intentase auparme, desde luego. La lucha tomaría la forma de manifestaciones de protesta con los carteles y pancartas tradicionales, que, en este caso, dirían: “Muera la clase media”, “Abajo la clase media”. No me importaría tampoco arrojar uno o dos cócteles molotov. Además, evitaría meticulosamente sentarme junto a miembros de la clase media en restaurantes y en transportes públicos, manteniendo incólumes la honradez y la grandeza intrínsecas de mi ser. Si un blanco de clase media fuera lo bastante suicida como para sentarse a mi lado, imagino que lo golpearía sonoramente en la cabeza y en los hombros con una manaza, arrojando, con suma destreza, uno de mis cócteles molotov a un autobús en marcha atiborrado de blancos de clase media con la otra. Aunque el asedio durase un mes o un año, estoy seguro de que al final me dejarían todos en paz, una vez evaluado el total de carnicería y de destrucción de propiedad.
Admiro el terror que son capaces de inspirar los negros en los corazones de algunos miembros del proletariado blanco y sólo desearía (ésta es una confesión muy personal) poseer la misma capacidad de aterrar. El que es negro aterra simplemente por serlo; yo sin embargo, tengo que esforzarme un poco para lograr el mismo fin. Quizá debería haber sido negro. Sospecho que habría sido un negro muy grande y muy aterrador, un negro que apretase continuamente su muslo monumental contra los muslos marchitos de las viejecitas blancas en los transportes públicos, y provocase más de un grito de pánico. Además, si fuera negro, mi madre no me presionaría para que encontrara un trabajo bueno, pues no habría ningún trabajo bueno a mi disposición. Y además mi madre, una vieja negra agotada, estaría demasiado abatida por loa años de duro trabajo como doméstica para salir a jugar a los bolos de noche. Ella y yo viviríamos muy agradablemente en alguna choza mohosa de los suburbios, en un estado de paz sin ambiciones, comprendiendo satisfechos que no se nos quería, y que luchar y esforzarse no tenía sentido.

domingo, 13 de septiembre de 2009

You


You are the sun and moon and stars are you,
and I could never run away from you.
You try at working out chaotic things,
and why should I believe myself not you?
It's like the world is going to end so soon,
and why should I believe myself?

You me and everything caught in the fire,
I can see me drowning, caught in the fire.
You me and everything caught in the fire,
and I can see me drowning, caught in the fire.

sábado, 12 de septiembre de 2009

diálogo de la vida real:

Flor: - Anoche gasté muchísima plata...
Ama: - ¿En qué? ¿En alcohol, drogas, sexo y rock and roll?
Flor: - Sí, en todo eso.
Ama: - (silencio incómodo)
Flor: - Ah! también gasté mucha plata en taxis!
Ama: - (...)*





*y se fue, en silencio, incómodo aún.

viernes, 4 de septiembre de 2009

domingo, 23 de agosto de 2009

martes, 18 de agosto de 2009

epic


Can you feel it, see it, hear it today?
If you can't, then it doesn't matter anyway
You will never understand it cuz it happens too fast
And it feels so good, it's like walking on glass
It's so cool, it's so hip, it's alright
It's so groovy, it's outta sight
You can touch it, smell it, taste it so sweet
But it makes no difference cuz it knocks you off your feet
You want it all but you can't have it
It's cryin', bleedin', lying on the floor
So you lay down on it and you do it some more
You've got to share it, so you dare it
Then you bare it and you tear it
You want it all but you can't have it
It's in your face but you can't grab it
It's alive, afraid, a lie, a sin
It's magic, it's tragic, it's a loss, it's a win
It's dark, it's moist, it's a bitter pain
It's sad it happened and it's a shame
You want it all but you can't have it
It's in your face but you can't grab it
What is it?
It's it
What is it?...

miércoles, 12 de agosto de 2009

Chau, malditos fantasmas. Chau, los quiero lejos (muy lejos).

jueves, 6 de agosto de 2009

Una eternidad (te esperé)

Una eternidad
esperé este instante
y no lo dejaré deslizar
en recuerdos quietos
ni en balas rasantes
que matan...

Ah... come de mí, come de mi carne
Ah... entre caníbales
Ah... tomate el tiempo en desmenuzarme
Ah... entre caníbales

Entre caníbales
el dolor es veneno, nena
y no lo sentirás hasta el fin.
Mientras te muevas lento
y jadees el nombre
que mata...

Ah... come de mí, come de mi carne
Ah... entre caníbales
Ah... tomate el tiempo en desmenuzarme
Ah... entre caníbales
Una eternidad
esperé este instante...

(Soda Stereo - Entre Caníbales)

jueves, 23 de julio de 2009

El Vampiro - Baudelaire en Las Flores del Mal

Tú que en mi corazón doliente entraste
como una cuchillada, tú que has sido
la que ha venido a mí como un tropel
de demonios, engalanada y loca,
para hacer de mi espíritu humillado
tu lecho y tu dominio; tú, la infame,
a cuyo cuerpo estoy siempre sujeto
como el forzado atado a la cadena,

como al azar el jugador tenaz,
igual que está el borracho a la botella,
igual que a la carroña los gusanos,
¡oh, maldita mil veces, sé maldita!

He suplicado a la veloz espada
que quiera hacerme libre nuevamente,
y al pérfido veneno le he pedido
que acudiera en ayuda de un cobarde.

Pero, ¡ay!, ambos, la espada y el veneno
me han dado una respuesta desdeñosa:
“No eres digno de ser emancipado
de tu maldita esclavitud.
¡Imbécil!

Si acaso de su imperio nuestro esfuerzo
pudiese liberarte, bastarían
tus besos para hacer que reviviera
el cadáver aquel de tu vampiro.”


traducción de Carlos Pujol

miércoles, 22 de julio de 2009

domingo, 19 de julio de 2009

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!
Basta de pensar!

sábado, 11 de julio de 2009

Fragmento de BACO, de Jean Cocteau

ACTO SEGUNDO
ESCENA CUARTA
El Cardenal, Hans

EL CARDENAL: Y vuestra cabeza, ¿dónde está?
HANS: Es lo que me pregunto.
EL CARDENAL: Todo esto os divierte.
HANS: Todo esto me horroriza.
EL CARDENAL: Sin embargo, os dedicáis, una tras otra, a invenciones muy peligrosas para un hombre que busca la popularidad.
HANS: La popularidad sólo viene del pueblo.
EL CARDENAL: Y ¿qué dice el pueblo?
HANS: Me escucha.
EL CARDENAL: ¿Qué le decís?
HANS: Le digo que es la víctima de grandes fuerzas subterráneas que se baten entre ellas y que paga siempre los vidrios que rompen todas ellas.
EL CARDENAL: La Reforma. La nobleza feudal. Los bancos. La Iglesia.
HANS: Exactamente.
EL CARDENAL: Eso es empujar al motín.
HANS: Cristo era un amotinado. Lo mataron por amotinado y hereje. “Está sublevando al pueblo”. Eso gritaba la multitud a Pilatos. Nos lo dice San Lucas. Jesús era revolucionario y anticlerical.
EL CARDENAL: No sois el Cristo.
HANS: Soy su humildísimo discípulo.
EL CARDENAL: Comprendo. Sois de los que tratan de poner el ejemplo de cristo frente a la Iglesia.
HANS: Soy de los que no admiten que Martín Lutero llame cerdos a los campesinos y les niegue un alma. La prueba es, dice, que, como el cerdo, un campesino muerto muere de una vez por todas. Soy de los que no admiten que Roma nos chupe la sangre para pagar la guerra contra los turcos y construir sus basílicas. Me niego a alistarme en cualquiera de esas espantosas empresas. Quiero continuar puro.
EL CARDENAL: ¿A qué llamáis pureza?
HANS: la pureza no se expresa con actos ni con palabras. No está en un código. Es la materia con que el alma está hecha. El Diablo es puro porque sólo puede hacer el mal.
EL CARDENAL: Sois un pobre labriego. ¿De dónde proviene vuestra ciencia?
HANS: De mi maestro, al que quemásteis a causa de ella.
EL CARDENAL: Y ¿qué os enseñaba vuestro maestro?
HANS (de una sola tirada): Que la humanidad se consuela con leyendas de no ser nada. Que el Reino de Dios no está delante de nosotros, sino en nosotros. Que los milagros son lo que no sabemos todavía. Que las cosas no comienzan ni acaban. Que nuestros límites nos impiden admitir la eternidad. Que Dios no ha podido ser creado ni crear. Que el tiempo no existe y es solamente una perspectiva. Que todo momento es eterno. Que algo se ha roto en pedazos, que la tierra es uno de esos pedazos, que se llenó de gusanos y que esos gusanos somos nosotros.
EL CARDENAL: Con enseñanzas de ese género, vuestro cura Knopf ha tenido que arder como virutas. Pero, decidme, si algo se rompió en pedazos, es que el tiempo existe.
HANS: No, Monseñor. La eternidad está hecha de elementos contradictorios que se enredan y entrelazan de tal manera que nos parece que las cosas se producen a medida que pueden producirse o no producirse. El Cristo lo ha dicho.
EL CARDENAL: ¿Dicho?
HANS: En dos frasecitas, ha hecho, aparte de su persona, dos regalos inestimables a los humanos.
EL CARDENAL: Me gustaría oír esas dos frasecitas de vuestros labios.
HANS: He aquí la primera: “Dios mío, ¿puedes apartar de mí este cáliz?” Lo que quiere decir: “¿Puedes evitarme lo inevitable?” ¿Quién, después de esta frasecita, no tendrá excusa para una debilidad?
EL CARDENAL: Y ¿la segunda?
HANS: La segunda, en la cruz: “Padre mío ¿por qué me has abandonado?” Lo que quiere decir: “¿Has cambiado de actitud respecto a mí?” ¿Quién, después de esta frasecita, no tendrá excusa para una duda?

martes, 7 de julio de 2009

lunes, 29 de junio de 2009

¡pobre gato!

cómo sufre! oh Dios!

jueves, 25 de junio de 2009

No Rain

♪♫ All I can say is that my life is pretty plain

You don't like my point of view

Then I'm insane

Its not sane... Its not sane ♫♪

miércoles, 24 de junio de 2009



i'll see you, i'll see you on the other side.

sábado, 20 de junio de 2009

Hola, otoño.






Llegaste tarde al Ginkgo Biloba. Te estaba esperando.


Blues de la Libertad

Mi amor, la libertad es fiebre,
es oración, fastidio y buena suerte
que está invitando a zozobrar.
Otra vulgaridad social igual,
siempre igual, todo igual, todo lo mismo...
Mi amor, la libertad no es fantástica,
no es tormenta mental que da el prestigio loco;
es mar gruesa y oscuridad,
y el chasquido que quiere proteger
ese grito que no es todo el grito.
Mi amor, la libertad es fanática;
ha visto tanto hermano muerto,
tanto amigo enloquecido,
que ya no puede soportar la pendejada
de que todo es igual,
siempre igual, todo igual, todo lo mismo...

lunes, 15 de junio de 2009

Caminos del espejo

I
Y sobre todo mirar con inocencia. Como si no pasara nada, lo cual es cierto.
II
Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche.
III
Como una niña de tiza rosada en un muro muy viejo súbitamente borrada por la lluvia.
IV
Como cuando se abre una flor y revela el corazón que no tiene.
V
Todos los gestos de mi cuerpo y de mi voz para hacer de mí la ofrenda, el ramo que abandona el viento en el umbral.
VI
Cubre la memoria de tu cara con la máscara de la que serás y asusta a la niña que fuiste.
VII
La noche de los dos se dispersó con la niebla. Es la estación de los alimentos fríos.
VIII
Y la sed, mi memoria es de la sed, yo abajo, en el fondo, en el pozo, yo bebía, recuerdo.
IX
Caer como un animal herido en el lugar que iba a ser de revelaciones.
X
Como quien no quiere la cosa. Ninguna cosa. Boca cosida. Párpados cosidos. Me olvidé. Adentro el viento. Todo cerrado y el viento adentro.
XI
Al negro sol del silencio las palabras se doraban.
XII
Pero el silencio es cierto. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola. Hay alguien aquí que tiembla.
XIII
Aun si digo sol y luna y estrella me refiero a cosas que me suceden. ¿Y qué deseaba yo?Deseaba un silencio perfecto.Por eso hablo.
XIV
La noche tiene la forma de un grito de lobo.
XV
Delicia de perderse en la imagen presentida. Yo me levanté de mi cadáver, yo fui en busca de quien soy. Peregrina de mí, he ido hacia la que duerme en un país al viento.
XVI
Mi caída sin fin a mi caída sin fin en donde nadie me aguardó pues al mirar quién me aguardaba no vi otra cosa que a mí misma.
XVII
Algo caía en el silencio. Mi última palabra fue yo pero me refería al alba luminosa.
XVIII
Flores amarillas constelan un círculo de tierra azul. El agua tiembla llena de viento.
XIX
Deslumbramiento del día, pájaros amarillos en la mañana. Una mano desata tinieblas, una mano arrastra la cabellera de una ahogada que no cesa de pasar por el espejo. Volver a la memoria del cuerpo, he de volver a mis huesos en duelo, he de comprender lo que dice mi voz.


El escrito de Alejandra Pizarnik, y a la foto la sacó la Leni.

domingo, 14 de junio de 2009

Maldigo a tus fantasmas
que en oscuros sueños me poseen,
me estremezco y veo en un despertar repentino
a la muerte
disfrazada de densas
lágrimas que me ahogan.

sábado, 13 de junio de 2009


Here I am expecting just a little bit
Too much from the wounded
But I see,
See through it all,
See through,
And see you.

martes, 2 de junio de 2009

Quieres ruta nena, quieres rock!

Fotos sacadas (reveladas y positivadas) por el Nico.

viernes, 29 de mayo de 2009

mujer

Manuel era el esclavo de una mujer.
De una mujer, que sólo es en suma:
Para un médico, aparato de reproducción.
Para un botánico, planta ligera.
Para un gordo, buena cocinera.
Para el Vicio, placer, sensación.
Para la Virtud, una madre.
Para un corazón noble y amante, ¡alma del alma!



de Aves sin Nido, de Clorinda Matto de Turner

(jajaja)

lunes, 25 de mayo de 2009

sábado, 23 de mayo de 2009

miércoles, 13 de mayo de 2009