sábado, 11 de julio de 2009

Fragmento de BACO, de Jean Cocteau

ACTO SEGUNDO
ESCENA CUARTA
El Cardenal, Hans

EL CARDENAL: Y vuestra cabeza, ¿dónde está?
HANS: Es lo que me pregunto.
EL CARDENAL: Todo esto os divierte.
HANS: Todo esto me horroriza.
EL CARDENAL: Sin embargo, os dedicáis, una tras otra, a invenciones muy peligrosas para un hombre que busca la popularidad.
HANS: La popularidad sólo viene del pueblo.
EL CARDENAL: Y ¿qué dice el pueblo?
HANS: Me escucha.
EL CARDENAL: ¿Qué le decís?
HANS: Le digo que es la víctima de grandes fuerzas subterráneas que se baten entre ellas y que paga siempre los vidrios que rompen todas ellas.
EL CARDENAL: La Reforma. La nobleza feudal. Los bancos. La Iglesia.
HANS: Exactamente.
EL CARDENAL: Eso es empujar al motín.
HANS: Cristo era un amotinado. Lo mataron por amotinado y hereje. “Está sublevando al pueblo”. Eso gritaba la multitud a Pilatos. Nos lo dice San Lucas. Jesús era revolucionario y anticlerical.
EL CARDENAL: No sois el Cristo.
HANS: Soy su humildísimo discípulo.
EL CARDENAL: Comprendo. Sois de los que tratan de poner el ejemplo de cristo frente a la Iglesia.
HANS: Soy de los que no admiten que Martín Lutero llame cerdos a los campesinos y les niegue un alma. La prueba es, dice, que, como el cerdo, un campesino muerto muere de una vez por todas. Soy de los que no admiten que Roma nos chupe la sangre para pagar la guerra contra los turcos y construir sus basílicas. Me niego a alistarme en cualquiera de esas espantosas empresas. Quiero continuar puro.
EL CARDENAL: ¿A qué llamáis pureza?
HANS: la pureza no se expresa con actos ni con palabras. No está en un código. Es la materia con que el alma está hecha. El Diablo es puro porque sólo puede hacer el mal.
EL CARDENAL: Sois un pobre labriego. ¿De dónde proviene vuestra ciencia?
HANS: De mi maestro, al que quemásteis a causa de ella.
EL CARDENAL: Y ¿qué os enseñaba vuestro maestro?
HANS (de una sola tirada): Que la humanidad se consuela con leyendas de no ser nada. Que el Reino de Dios no está delante de nosotros, sino en nosotros. Que los milagros son lo que no sabemos todavía. Que las cosas no comienzan ni acaban. Que nuestros límites nos impiden admitir la eternidad. Que Dios no ha podido ser creado ni crear. Que el tiempo no existe y es solamente una perspectiva. Que todo momento es eterno. Que algo se ha roto en pedazos, que la tierra es uno de esos pedazos, que se llenó de gusanos y que esos gusanos somos nosotros.
EL CARDENAL: Con enseñanzas de ese género, vuestro cura Knopf ha tenido que arder como virutas. Pero, decidme, si algo se rompió en pedazos, es que el tiempo existe.
HANS: No, Monseñor. La eternidad está hecha de elementos contradictorios que se enredan y entrelazan de tal manera que nos parece que las cosas se producen a medida que pueden producirse o no producirse. El Cristo lo ha dicho.
EL CARDENAL: ¿Dicho?
HANS: En dos frasecitas, ha hecho, aparte de su persona, dos regalos inestimables a los humanos.
EL CARDENAL: Me gustaría oír esas dos frasecitas de vuestros labios.
HANS: He aquí la primera: “Dios mío, ¿puedes apartar de mí este cáliz?” Lo que quiere decir: “¿Puedes evitarme lo inevitable?” ¿Quién, después de esta frasecita, no tendrá excusa para una debilidad?
EL CARDENAL: Y ¿la segunda?
HANS: La segunda, en la cruz: “Padre mío ¿por qué me has abandonado?” Lo que quiere decir: “¿Has cambiado de actitud respecto a mí?” ¿Quién, después de esta frasecita, no tendrá excusa para una duda?

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