En el principio no había nada. Y esa nada no estaba vacía ni era indefinida: se bastaba sola a sí misma. Y Dios vio que aquello era bueno. Por nada del mundo se le hubiera ocurrido crear algo. La nada era más que suficiente: lo colmaba.
Dios tenía los ojos perpetuamente abiertos y fijos. Si hubieran estado cerrados nada hubiera cambiado. No había nada que ver y Dios nada miraba. Se sentía repleto y compacto como un huevo duro, cuya redondez e inmovilidad también poseía.
Dios era la satisfacción absoluta. Nada deseaba, nada esperaba, nada percibía, nada rechazaba y por nada se interesaba. La vida era plenitud hasta tal punto que ni siquiera era vida. Dios no vivía, existía.
Para él, su existencia no había tenido un principio perceptible. Algunos grandes libros comienzan con una primeras frases tan poco llamativas que uno las olvida inmediatamente y tiene la impresión de vivir instalado en esa lectura desde el principio de los tiempos. De igual modo, resultaba imposible señalar el momento en el que Dios había empezado a existir. Era como si siempre hubiese existido.
Dios carecía de lenguaje y, por consiguiente, también de pensamiento. Era todo saciedad y eternidad. Y ese todo demostraba hasta qué punto Dios era Dios. Y esa evidencia carecía de importancia, ya que a Dios le traía sin cuidado ser Dios.
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1 comentario:
turururuuu me han conta0o0o q anduviste por la vieja Europa, por la barceloneta tiaaa.... hayyyyyyyyy viste q lindo0000000000
h0oo0 yo ya me quiero ir para alla.. falta falta tranqui tranqui, mientras tanto juntar energia..y muchia plata uff.
Bueno creo0 q la debes a ver pasado genial, y de aprender nuevas experiencias segur0o!
algun dia me contarais...besit0osss
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