El coche dobló en el recodo y el camino se oscureció de pronto. Ya no había casas ni animales, s`lo la barranca y, hacia el lado del río, los matorrales de garabatos. En algún lugar, debía estar la acacia. Con los faros apagados el coche iba soltando guitarras eléctricas y pájaros estrafalarios. La mujer movía la cabeza al compás con un vago gesto de ebria, la muchacha tenía los ojos muy abiertos. El hombre llamado Barbieri volvió a levantar el volumen de la radio.
- Yo me acuerdo de una encina - decía -. O de una acacia - hablaba casi a gritos, a causa de la música-. En seguida venía la bajada. No puede andar lejos. Vamos a salir de ésta, les juro.
-Qué- dijo la mujer.
- Que esta noche me emborracho y te hago reina, ¿cuánto hace que no bailamos?, y que por acá tiene que haber un nogal, o una encina. Un árbol grande. Y vos también te vas a emborrachar, y me voy a olvidar que estás gorda y vas a bailar descalza en el techo del auto, te acordás cuando me desfondaste el capot del Ford 49, ¿cuánto hace?, y eso que entonces eras una gurrumina peor que aquélla. Hoy, otra vez, te lo juro. Tiene que estar por acá nomás. Dios mío, si era un árbol copudo. Un lindo árbol.
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