En los intersticios de la protesta del campo se fue filtrando el odio ideológico. Se fue filtrando, como una inundación de aire. Entonces, salieron en manifestación a la Plaza de Mayo. ¡Quiénes? En primer lugar, Ceci Pando, la hermosa mujer golpista, con quien fantaseo. Sí, fantaseo con que la convierto en una chica normal y nos casamos solamente por civil, y en nuestra Luna de Miel en La Habana leemos juntos El Capital, y el Diario de Bolivia, y el Nunca Más y caminamos de la mano por el Malecón cantando La Internacional con el puño izquierdo en alto, y luego nos drogamos como perros mientras escuchamos de fondo la nueva trova con su repertorio de canciones redistributivas y soñamos con un hogar lleno de hijos ateos adoptados en África (ah, y nos tatuamos la cara de Fidel entre el ombligo y el pubis, para no olvidar a la Revolución ni a sus revolucionarios).
Ceci estaba. También estaban legisladores de Mauricio, y de Lilita, a quienes le importan tanto los chacareros pobres como los pacoadictos. Gritaban que si ese no era el pueblo, el pueblo dónde estaba. Y vivaban por lo que el campo nos dio siempre: leche –yogures, ricota, quesos y, cuando andamos más o menos, Activia de peras-;vacas- hamburguesas, salames, sillas de cuero, cuernos-;panes- medialunas, bizcochos, bolas de fraile- y, últimamente, milanesas de soja. ¿Nos lo da o nos lo vende? Ah, no, porque dicho así parece que fuese gratis. De golpe irrumpió en la tele un señor de haciendas extensas con sombrero a la usanza de los magnates texanos del petróleo. Se comía las eses para impresionarnos con un toque autóctono. Así y todo, nada que ver con Fierro, ni con los chacareros pobres que puteaban contra el gobierno en un segundo plano. Dijo: “¡Acá están matando a la gallina de los huevos de oro!. El campo está de pie. En esto se nos va la vida”. ¿Y si le bajan un punto las retenciones y lo mandan a hacer un curso de oratoria?
En la casa presidencial de Olivos, un grupo de gente extraña por sus componentes heterogéneos, en el que había un par de señoras desquiciadas y unos jóvenes atléticos que deben haberle errado a la puerta por la que se entra al tercer tiempo o al dance, gritaban en coros temerarios: “¡Que-se-va-yan!”. Querían que se fueran y vinieran otros más amables con el campo. Porque ahora resulta que el campo es- otra vez- la Nación, sea porque la antigüedad de su naturaleza la precede, o porque ha vuelto a prender la idea de que sólo en el campo se trabaja. Después llegó D’Elía a la plaza y se armó una lucha de clases express- o su parodia- que duró un segundo y no ganó nadie.
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2 comentarios:
Jajaja!
Buenísimo.
(Menos mal que se van lejos)
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