martes, 3 de junio de 2008

ODIO por Juan José Becerra (publicado en la revista Inrockuptibles, Abril de 2008)

En los intersticios de la protesta del campo se fue filtrando el odio ideológico. Se fue filtrando, como una inundación de aire. Entonces, salieron en manifestación a la Plaza de Mayo. ¡Quiénes? En primer lugar, Ceci Pando, la hermosa mujer golpista, con quien fantaseo. Sí, fantaseo con que la convierto en una chica normal y nos casamos solamente por civil, y en nuestra Luna de Miel en La Habana leemos juntos El Capital, y el Diario de Bolivia, y el Nunca Más y caminamos de la mano por el Malecón cantando La Internacional con el puño izquierdo en alto, y luego nos drogamos como perros mientras escuchamos de fondo la nueva trova con su repertorio de canciones redistributivas y soñamos con un hogar lleno de hijos ateos adoptados en África (ah, y nos tatuamos la cara de Fidel entre el ombligo y el pubis, para no olvidar a la Revolución ni a sus revolucionarios).
Ceci estaba. También estaban legisladores de Mauricio, y de Lilita, a quienes le importan tanto los chacareros pobres como los pacoadictos. Gritaban que si ese no era el pueblo, el pueblo dónde estaba. Y vivaban por lo que el campo nos dio siempre: leche –yogures, ricota, quesos y, cuando andamos más o menos, Activia de peras-;vacas- hamburguesas, salames, sillas de cuero, cuernos-;panes- medialunas, bizcochos, bolas de fraile- y, últimamente, milanesas de soja. ¿Nos lo da o nos lo vende? Ah, no, porque dicho así parece que fuese gratis. De golpe irrumpió en la tele un señor de haciendas extensas con sombrero a la usanza de los magnates texanos del petróleo. Se comía las eses para impresionarnos con un toque autóctono. Así y todo, nada que ver con Fierro, ni con los chacareros pobres que puteaban contra el gobierno en un segundo plano. Dijo: “¡Acá están matando a la gallina de los huevos de oro!. El campo está de pie. En esto se nos va la vida”. ¿Y si le bajan un punto las retenciones y lo mandan a hacer un curso de oratoria?
En la casa presidencial de Olivos, un grupo de gente extraña por sus componentes heterogéneos, en el que había un par de señoras desquiciadas y unos jóvenes atléticos que deben haberle errado a la puerta por la que se entra al tercer tiempo o al dance, gritaban en coros temerarios: “¡Que-se-va-yan!”. Querían que se fueran y vinieran otros más amables con el campo. Porque ahora resulta que el campo es- otra vez- la Nación, sea porque la antigüedad de su naturaleza la precede, o porque ha vuelto a prender la idea de que sólo en el campo se trabaja. Después llegó D’Elía a la plaza y se armó una lucha de clases express- o su parodia- que duró un segundo y no ganó nadie.