"-¡Triste destino el de las criaturas corporales! -se lamentó el astrólogo-. Están condenadas al movimiento local, a desplazarse de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, de atrás hacia el frente o del frente hacia atrás, de lo alto a lo bajo de lo bajo a lo alto: seis movimientos rectilíneos, en fin, que las condenan a chocarse mutuamente y las exponen a la reacción de la ira. Sólo a las criaturas espirituales les es dado moverse en círculo, de modo tal que, girando en torno de sus centros, se reconocen entre sí y pueden comunicarse sin violencia. Ubicado entre los entes corporales y los espirituales está el hombre, monstruo híbrido de cuya invención hubo de arrepentirse Jehová, no sabemos si en un rapto de cólera o en uno de lástima o en uno de remordimiento. Poseedor de un cuerpo y de un alma, el hombre fluctúa entre la moción rectilínea de su cuerpo y la moción circular de su espíritu: si alma y cuerpo están en armonía, no hay guerra entre una moción y la otra, sino un estado de paz en que los dos movimientos se conjugan para dar una tercera moción, la ondulante o sinuosa. Participando a la vez del movimiento local y del circular, la moción ondulante es la que mejor le conviene al monstruo humano, ya que responde a su naturaleza mixta y lo preserva de todo choque (porque la curva es la línea del rodeo y de la no-resistencia). Así se movió sin duda el primer Adán en el Paraíso: su movimiento debía de parecerse a una danza; y creo que la danza es una reminiscencia de aquel movimiento paradisíaco."
Fragmento del Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal.
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