miércoles, 25 de febrero de 2009
MADE IN USA
Era una pequeña cuchilla, una suerte de gillette, extraña para la mayoría (no para ella que las observaba –y robaba- desde que era pequeña), muy filosa y con una única inscripción: MADE IN U.S.A.
Nunca supo de dónde las sacaban sus padres, pero siempre había una cajita llena –o casi llena- en sus cajones. Sospechaba que jamás las usaban, que siempre eran las mismas y que el hecho de que cada vez haya menos sólo se debía a que ella se las apropiaba. Le fascinaban.
Tal vez exista el destino. Pensar que desde un primer momento, desde siempre, tu vida (la de todos) ya está decidida, cada cosa que hagas va a contribuir a cumplir la profecía, y que como Edipo, te termines destrozando los ojos. Una perspectiva aterradora.
Ella había pensado mucho en estas cosas, y no las creía (prefería no creerlas). Hacia mucho ya que se había dado cuenta de que pensar en sexo le salía mejor, y por supuesto, no la angustiaba tanto. Sin embargo, cuando tomó un par de cuchillas del segundo cajón del escritorio de su madre (cajones que jamás se había animado a revisar en profundidad) no pensó en nada de eso, sólo pensó en las cuchillas y en regalarle una la próxima vez que lo vea.
Sorprendentemente se vieron al día siguiente, y más sorprendente aún, se acordó de llevársela. Nada muy significativo, la pequeña y afilada hoja pasó al olvido apenas comenzaron a besarse.
Los días y las semanas pasaron. Sus encuentros se hicieron cada vez más frecuentes y menos casuales; y más violentos. Violentos no porque se llevaran mal (nunca dejaron de reírse juntos) sino porque les gustaba jugar sucio.
La cuchilla seguía ahí, en el primer cajón de la mesita de luz (junto con los forros y el faso).
Ellos seguían sumando moretones, marcas, quemaduras. Se tiraban de los pelos, se ahorcaban, ataban, mordían, pegaban, rasguñaban y quemaban. Luego, exhaustos, se fumaban un pucho (y sí hacía frío tomaban ginebra), se acurrucaban y se dormían. La calma después de la tormenta. Al verlos dormidos así nadie lo imaginaría nunca.
Una mañana que se despertó demasiado tarde como para ir a clase pasó por su casa con ganas de encontrarlo (de todos modos, ya estaba tarde, un rato más no afectaba demasiado); y lo encontró. Se rieron, fumaron de la buena, se bañaron y casi sin darse cuenta ya estaban en la pieza (en el piso de la pieza). Él estiró el brazo y buscó, a tientas, un preservativo. Su mano encontró él ya olvidado filo.
Al principio sólo le hizo cortes superficiales sobre el pecho mientras la penetraba, esos cortes que son como un ardor dulce y que hacen brotar muchísima sangre, sangre que se mezcla con la transpiración y rápidamente cubre todo el cuerpo.
Como todo, los cuerpos moretoneados y cortados, y el olor a sexo y a sangre coagulada empezaron a convertirse en rutina.
No podía permitir que eso sucediera. Ella sabía que nunca podría disfrutar tanto como lo hacía con él. Se imaginaba con amantes aburridos, extremadamente convencionales en la cama (¿por qué tendría que ser siempre en la cama?) con los que no podría ni soñar con clavarle las uñas demasiado fuerte. Probablemente él pensaba en lo mismo cuando agarró la navajita y se la clavó en la garganta con muchísima fuerza. La sangre comenzó a salir a borbotones y él tuvo un orgasmo que jamás olvidaría. Ella nunca se enteró.
Flor A.
martes, 24 de febrero de 2009
martes, 17 de febrero de 2009
La Paga de los Soldados (William Faulkner) - Fragmento del capítulo IX, parte VII -
- ¡Toma, toma! - Exclamó el sacerdote-. Eso es malo, Joe-. Dejó caer maciza humanidad sobre el cordón de la acera y Gilligan fue a sentarse a su lado-. Las circunstancias se mueven en forma maravillosa, Joe.
- Creía que iba a nombrarme a Dios, reverendo.
- Dios es circunstancia, Joe. Dios está en la vida actual. Nada sabemos de la futura. A su debido tiempo, la otra vida se cuidará de sí misma. "El reino de Dios es el corazón del hombre", dice el libro.
- ¿No es una doctrina extraña para un sacerdote?
- Acuérdate que soy, ante todo, un viejo, Joe. Demasiado viejo para tanteos y amarguras. En este mundo fabricamos nuestro propio cielo o nuestro propio infierno. ¿Quién puede saberlo? Quizá cuando muramos no haya necesidad de ir a ninguna parte ni de hacer algo. Eso sería un cielo.
- O bien, los demás nos fabrican nuestro cielo o nuestro infierno.
El sacerdote puso su manaza sobre la espalda de Gilligan.
- Ahora estás sufriendo a causa de un desengaño, pero eso también pasará. Lo más triste del amor, Joe, es que no solamente pasa el amor mismo sino que el dolor que deja se olvida muy pronto. ¿Cómo eran aquellas palabras?
"Los hombres han muerto y los gusanos se los han comido, pero no por amor..." ¡No, no! - exclamó, como si Gilligan lo hubiera interrumpido-. Ya sé que es una doctrina, una creencia insoportable, pero toda verdad es insoportable. ¿Acaso no estamos sufriendo tú y yo en estos momentos a causa de las separaciones y la muerte?
sábado, 14 de febrero de 2009
dom diróm diróm
un cristiano conoce a la unicornio rosa invisible
(perdón Sergio, no te apuraste a subirlo y no me pude aguantar)
miércoles, 11 de febrero de 2009
lunes, 9 de febrero de 2009
Breathe
viernes, 6 de febrero de 2009
8 de Noviembre
He descubierto un poema maravilloso. De su autor, Efrén Rebolledo (1877-1929), nunca me dijeron nada en mis clases de literatura. Lo transcribo:
El vampiro
Ruedan tus rizos lóbregos y gruesos
por tus cándidas formas como un río,
y esparzo en su raudal, crespo y sombrío,
las rosas encendidas de mis besos.
En tanto que descojo los espesos
anillos, siento el roce leve y frío
de tu mano, y un largo calosfrío
me recorre y penetra hasta los huesos.
Tus pupilas caóticas y hurañas
destellan cuando escuchan el suspiro
que sale desgarrando las entrañas,
y mientras yo agonizo, tú sedienta,
finges un negro y pertinaz vampiro
que de mi sangre ardiente se sustenta.
La primera vez que lo leí (hace unas horas) no pude evitar encerrarme con llave en mi cuarto y proceder a masturbarme mientras lo recitaba una, dos, tres, hasta diez o quince veces, imaginando a Rosario, la camarera, a cuatro patas encima de mí, pidiéndome que le escribiera un poema para ese ser querido y añorado o rogándome que la clavara sobre la cama con mi verga ardiente.
Ya aliviado, he tenido ocasión de reflexionar sobre el poema.
El "raudal crespo y sombrío" no ofrece, creo, ninguna duda de interpretación. No sucede lo mismo con el primer verso de la segunda cuarteta: "en tanto que descojo los espesos anillos", que bien pudiera referirse al "raudal crespo y sombrío" uno a uno estirado o desenredado, pero en donde el verbo "descoger" tal vez oculte un significado distinto.
"Los espesos anillos" tampoco están muy claros. ¿Son los rizos del vello púbico, los rizos de la cabellera del vampiro o son diferentes entradas al cuerpo humano? En una palabra, ¿la está sodomizando? Creo que la lectura de Pierre Louys aún gravita en mi ánimo.
Fragmento de Los Detectives Salvajes de Roberto Bolaño