Entonces, ebrio de sí mismo, arrastrado por la insesatez a la que podía llevar el pensamiento lógico, pensó con tranquilidad lo siguiente: si lograse ese modo de comprender, él cambiaría a los hombres. Sí, no se avergonzó de este pensamiento porque ya lo había arriesgado todo. Cambiaría a los hombres, aunque tardase algunos siglos, pensó sin entenderse.
Clarice Lispector
Clarice Lispector
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